El fracaso de la administración de Samuel Moreno generó la percepción entre la ciudadanía que la ciudad ha retrocedido significativamente en los frentes de movilidad y transparencia. Pero un segundo efecto importante poco discutido hasta el momento tiene que ver con el mercado de la política, o para ser más preciso, con la demanda en el mercado de candidatos a la Alcaldía: parecería ser que para la ciudadanía el único prerrequisito que debe tener el sucesor (o sucesora) de Moreno es que sea honesto sin importar qué propone o mejor aún, qué tan viable es lo que propone. Y en la política, como es bien conocido desde el trabajo del economista escocés Duncan Black de mediados del siglo pasado, “la demanda crea su propia oferta”: los candidatos--- la “oferta de ideas políticas”--- se alinean con respecto a las preferencias del electorado--- la “demanda”.
Basta ver las propuestas de los diferentes candidatos para convencerse de esto: no sólo prometen arreglar definitivamente el problema de movilidad de la ciudad (metro por acá o por allá, trenes ligeros y expansión en la calidad y cobertura de Transmilenio), sino que vislumbran una ciudad más incluyente e igualitaria (salud, educación y espacio público), más segura, más productiva y eficiente, más limpia, y la lista de promesas continúa. Pero ningún candidato hasta el momento ha mostrado que lo que proponen es viable, es decir, que los escasísimos recursos con los que cuenta la ciudad alcanzan para financiar si quiera una parte de lo que el recetario mágico de sueños que nos venden contiene.
Lo paradójico del asunto es que en esta contienda electoral que se acerca el abanico de candidatos se destaca por ser en general bien preparado. Pero el sesgo psicológico del electorado está ahí, y en este momento, lo que importa es que sea quién sea el ganador (o ganadora), pase el rasero anticorrupción, legado indiscutible de los errores de Moreno. Por eso, unos y otros ponen a sus equipos de trabajo a demostrar lo que han hecho en ese frente: cuántos escándalos de corrupción destaparon en los últimos años, a qué partido renunciaron por sus prácticas corruptas o clientelistas, etc.
La contienda electoral hasta ahora comienza, y faltando aún varios meses para definir la contienda, vale la pena pedir que se haga claridad sobre esto. La forma es muy sencilla: no basta que nos digan cuáles son los objetivos y las metas que quieren alcanzar. Lo que falta es que nos digan con cuánta plata cuenta la ciudad, y cuánto vale lo que proponen. Como la plata no va a alcanzar para todo, tendrán que decirnos cuáles son sus prioridades de gasto e inversión, y sólo así podremos decidir entre uno y otro candidato.
Pero como la lección del economista escocés sugiere, no podemos esperar que los candidatos lo hagan por sí mismos. Sólo lo harán cuando la ciudadanía se los demande, y sólo en ese momento habremos recuperado el principal legado de las administraciones exitosas del pasado: un electorado maduro que obliga a sus candidatos a abandonar las listas de promesas imposibles de alcanzar.